domingo, 17 de enero de 2016

poema 160

CLX





Esta tristeza mía



Hay una tristeza en mi alma que me agota hasta morir
Pues me quieren destruir, ponen a prueba mi calma;
Yo procuro la paciencia, necesaria comprensión,
Mas rompe mi corazón tanta absurda impertinencia;

Me duele que no comprendan lo que es honesta amistad,
Que luminosa verdad jamás ellos aprehendan;
¿Por qué yo debo afirmar que estoy en todo de acuerdo?
Si me jacto de ser cuerdo y de todo cuestionar;

¿Por qué debo de esconder mi gran don de discernir?
Si no me gusta fingir y sin razones ceder,
¿Por qué siempre no opinar, verme, por todo, humillado?
Si yo siempre he procurado en todo colaborar;

Se dedican a juzgar, a burlarse locamente,
Es torpe gente inconsciente que se dedica a dañar;
Pero un día ya verán, el despertar de un león:
Jamás tendrá compasión y sus yerros pagarán;

Y nada habrá que consigan ni que sus males condone,
No habrá piedad que perdone, aunque rueguen y maldigan;
Les mostraré lo que valgo –mi escondida fortaleza-
Que juzgaron de flaqueza cuando imponían sus males;

Cuando se sientan rendidos y me imploren compasión,
Temblará su corazón con mis terribles gruñidos;
Ayer sólo les pedía su respeto y su bondad,
Me trataron con crueldad, se acabó mi cobardía;

Ni siquiera se imaginan las heridas que dejaron,
Pero ya cicatrizaron y por nada me incriminan;
La tristeza fue un dolor que me hacía hasta llorar,
Hoy sólo quiero luchar y desahogar mi rencor;

Vuelvan a mí su mirada –esos que ayer se reían,
Con voracidad mordían un alma ya destrozada-,
Hoy pagarán sus errores, nada los puede salvar,
Con gran fe me iré a orar para que sean mejores;

¿Qué temían?, mi rudeza; ¿Qué esperaban? Mi traición;
Yo les doy mi corazón, les ofrendo mi pureza,
Para que Dios los perdone, y a su linaje le dé
Un poquito más de fe: que Dios no los abandone…

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